Una pequeña presentación

Los Mínimos y Máximos de Félix Esteves es una casa, un hogar, construido con amor, esfuerzo, dedicación y hasta con aburrimiento. Tiene muchas puertas donde todos pueden entrar. Tiene muchas habitaciones, donde de seguro en algunas podrás sentirte cómodo, y en otras, tal vez contrariado y hasta… por qué no… molesto. Sin embargo su propósito no es agradar ni molestar, no es ganar amigos ni enemigos… de todas maneras ambos son bienvenidos; su fin es mostrar y demostrar lo variopinto de una mirada, la pluralidad de una cosmogonía a través de mi “micromundo”, de lo exterior visto y sentido desde mi interioridad… es un grito contra la discriminación, es un arrullo de amor a la diversidad, es mi tarjeta de presentación como ser humano, como hombre, como gay y miembro de la comunidad LGBT... tal vez es algo más… no lo sé… aún lo estoy averiguando.

Félix Esteves

Amigos de Los Mínimos y Máximos

lunes, 29 de julio de 2013

EL AMANTE PÚBLICO.


Deslizaba su brazo suavemente sobre las paredes y vitrinas mientras caminaba por la calle, el roce con las diferentes texturas le hacían estremecer. Adoraba los aromas deliciosos o fétidos que la ciudad transpiraba. Cerraba por instante los ojos, apenas segundos, cuando parpadeaba, y hacia suyos los mínimos aires de los transeúntes que pasaban a su lado.  Sus manos como paralizadas mariposas radiaban los impulsos de los movimientos ajenos, y sus dedos como inquietantes alas masticaban y digerían las sutilezas de las moléculas esparcidas por la calle. Caminaba con la boca entreabierta para poder atrapar las minúsculas partículas que como escamas viejas soltaba la ciudad en su meneo perpetuo para prolongar el tiempo. Amaba las heces de los canes en la grama, las defecaciones humanas en los baños de los centros comerciales, los sudores de los usuarios del subterráneo, los cabellos anónimos que bailaban en el viento y que quedaban prendidos entre sus labios. Saciaba su sed de amor con los contactos imberbes y efímeros en los autobuses atestados de gente. En las noches más oscuras y cuando los faroles parecían ciegos caminaba por calles solitarias con el fin de arrojarse al piso y lamer rápidamente las aceras y disfrutar de las millones de pisadas que en ella quedaban adheridas por años. Saboreaba los postes donde se recostaban los borrachos, las meretrices, los cansados obreros a esperar la hora de paga, donde los perros orinaban. Caminaba como extraviado por los rincones más sórdidos de la metrópolis, donde abundara la basura, no sólo por los olores sino también por las texturas, por los colores, o los sonidos sórdidos de aquellos objetos y aglomeraciones cuando interaccionaban entre ellos, o con la brisa… su frenesí se extendía a todo aquello que era palpado, tocado, usado, maltratado, ensuciado, rozado, manoseado. Recolectaba todo aquello que tuviera una mancha, un pegote corporal de “otro”. Se hizo así asiduo a los grandes basureros, relamía cada objeto con lujuria animal que le producía unos orgasmos secos, nulos, sin eyaculaciones, pero al fin y acabo orgasmos. Un día sin medir consecuencias, al fin y al cabo nunca las tuvo, se quedó por siempre en la basura, construyo su hogar entre los excrementos públicos, las deposiciones de la ciudad, comía basura y deyectaba bazofia que era devuelta a su boca con otras nuevas y ajenas. Al poco tiempo se hizo piltrafa, desecho de sí mismo y de los demás, ripio, inmundicia citadina, entonces empezó a devorar sus propios pellejos hasta que poco a poco consumió toda la ciudad.

Por Félix Esteves.

1 comentario:

  1. Me gustó ! pero ese señor, debio llamarse Viento, Sol o Humedad....

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