Una pequeña presentación

Los Mínimos y Máximos de Félix Esteves es una casa, un hogar, construido con amor, esfuerzo, dedicación y hasta con aburrimiento. Tiene muchas puertas donde todos pueden entrar. Tiene muchas habitaciones, donde de seguro en algunas podrás sentirte cómodo, y en otras, tal vez contrariado y hasta… por qué no… molesto. Sin embargo su propósito no es agradar ni molestar, no es ganar amigos ni enemigos… de todas maneras ambos son bienvenidos; su fin es mostrar y demostrar lo variopinto de una mirada, la pluralidad de una cosmogonía a través de mi “micromundo”, de lo exterior visto y sentido desde mi interioridad… es un grito contra la discriminación, es un arrullo de amor a la diversidad, es mi tarjeta de presentación como ser humano, como hombre, como gay y miembro de la comunidad LGBT... tal vez es algo más… no lo sé… aún lo estoy averiguando.

Félix Esteves

Amigos de Los Mínimos y Máximos

martes, 8 de febrero de 2011

LOS AMANTES MENGUANTES.

Se vieron por primera vez y se percataron de que todo estaba dicho, no emitieron ninguna palabra, ni siquiera para saber sus nombres, se siguieron y entraron al primer hotel que se les atravesó, pagaron con tarjeta de crédito con voucher abierto y apenas entraron a la humilde habitación se inicio el alocado frenesí. Se investigaron con todos los sentidos, descubrieron formas inusitadas de amarse, no quedo ningún rincón sin explorarse y en la medida que pasaba el tiempo, que crecía su pasión y su desenfrenado ardor, sin darse cuenta sus cuerpos iban menguando, como desapareciendo en cada gemido de placer, en cada quejido de exquisito dolor, en cada orgasmo prolongado y sostenido, sus apariencias físicas se desdibujaban a la medida que se entregaban a la vehemencia amatoria. Al tiempo se desprendía de la habitación un olor a caramelo, a lejía, a flores silvestre, a rancio almizcle, a azahares y canela, a sudor y a sangre. La administración preocupada por tan extraños aromas decidieron invadir la privacidad de los amantes, pero descubrieron que sobre la cama yacían aún los globos oculares que todavía se emitían mutuas miradas arrebatadoras, pero ellos al poco tiempo también menguaron en su delirante enardecimiento visual.

Por Félix Esteves

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